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miércoles, 30 de octubre de 2013

El niño encadenado

    ¡Buenas tardes!
    Llevamos dos días en el lugar donde trabajaremos en un futuro: la escuela. Y a lo largo de estos días me he dado cuenta de la "poca libertad" que se le da a los alumnos. 
    Entiendo que en la escuela debe haber unas normas, unos contenidos, y unos objetivos que se han de cumplir. Pero desde que empieza la etapa escolar no hacemos más que poner trabas y obstáculos a nuestros alumnos. Muchas veces subestimamos sus capacidades y desaprovechamos el potencial que nos pueden llegar a ofrecer. 
    Creo que es importante fomentar aspectos como la creatividad del alumno. ¿Un árbol tiene las hojas verdes y el tronco marrón siempre? ¿Por qué el cielo hay que pintarlo de azul? ¿Por qué tiene que estar todo tan pautado? 
    El hecho de corregir constantemente al alumno, o de cuestionar cada cosa que hace, produce en el alumno inseguridad. ¿Cómo te sentirías si alguien pusiera pegas a todo lo que dijeras? 
    Y es por todo esto que he titulado esta entrada: El niño encadenado. Esto se debe a que soy un gran apasionado de los libros de inteligencia emocional, y uno de mis cuentos favoritos se titula El elefante encadenado. Este cuento está incluido en el libro Cuentos para pensar de Jorge Bucay. 
    Aquí tenéis el cuento para que podáis ver la relación que veo entre el protagonista del cuento de Jorge Bucay y entre un alumno de la etapa de primaria:

 Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales... Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas.
    Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.
       El misterio sigue pareciéndome evidente. 
     ¿Qué lo sujeta entonces? 
     ¿Por qué no huye? 
     Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: «Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?».
    No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna vez.
    Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta:
    -El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño. 
    Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él. 
Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro... Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. 
    Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no puede. Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer. 
    Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo. 
    Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza... 

    Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que «no podemos» hacer montones de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo, cuando éramos pequeños, lo intentamos y no lo conseguimos. Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: No puedo, no puedo y nunca podré.

    Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y por eso nunca más volvimos a intentar liberarnos de la estaca.



Muchas gracias a todos
Un saludo.
Pablo Castillo García